¿Quién dijo que la playa es solo cosa del verano? Mientras el calendario marca la llegada del otoño, varios rincones de nuestra costa atlántica siguen ofreciendo ese abrazo marino que tanto bien hace al cuerpo y al alma. Esos mismos destinos que en enero parecen desbordados de sombrillas y reposeras, ahora revelan su costado más íntimo y genuino.
Santa Teresita, ese secreto que pocos conocen fuera de temporada
Con ese aire retro que enamora, Santa Teresita sorprende especialmente cuando el bullicio veraniego queda atrás. Sus playas, muchísimo más amplias de lo que cualquiera imaginaría, se transforman en el escenario perfecto para esas caminatas interminables donde el único sonido es el vaivén de las olas.
Fundada en 1946 por ese visionario llamado Lázaro Freidenberg, esta localidad del Partido de La Costa conserva ese encanto particular que solo tienen los sitios pensados desde el amor. Su costanera arbolada, con esas pasarelas de madera que crujen levemente bajo los pies, invita a paseos sin apuro mientras los tamariscos bailan con la brisa marina.
Y si la idea es escapar unos días desde el Chaco, tomarse unos pasajes en micro a Santa Teresita soluciona prácticamente todo el asunto del viaje. Nada como mirar por la ventanilla mientras el paisaje se va transformando de a poco, anunciando que el mar está cada vez más cerca.
¿Qué hacer en Santa Teresita cuando el calendario ya no marca verano?
Esta temporada intermedia tiene su magia particular. Sin el agobio del calor extremo, hasta las actividades más simples adquieren otro color:
- Ese muelle histórico, construido originalmente allá por 1947 con madera traída desde Paraguay, se vuelve el lugar perfecto para la pesca o simplemente para sentarse a ver cómo se funden el cielo y el mar en el horizonte. Sus 200 metros se estiran sobre el agua como un brazo que intenta alcanzar lo imposible.
- La calle 2, que durante el verano apenas se puede transitar entre tanta gente, ahora permite recorrer tranquilamente sus negocios. Meterse en esa fábrica de alfajores artesanales donde el aroma dulce envuelve todo es casi una obligación.
- Y esa réplica de la Carabela Santa María, medio escondida entre las calles 39 y 40 sobre la costanera… ¡Qué locura! Es la segunda más exacta del mundo después de la que está en Barcelona. El carpintero Pino Di Lorenzo la construyó en 1979 y tuvo que reconstruirla dos veces por culpa de esas tormentas caprichosas que a veces azotan la costa.
Otras opciones para sentir el mar cuando el calendario marca otoño
Mar del Plata, esa vieja conocida que siempre sorprende
Claro que hablar de playa sin mencionar a «La Feliz» sería como preparar un asado sin chimichurri. Mar del Plata es la clásica que nunca defrauda, y en otoño muestra esa personalidad más relajada que a veces se pierde en el verano.
Lo bueno de Mardel en esta época es que sigue teniendo vida pero sin ese ritmo frenético de enero. Los teatros mantienen cartelera, los restaurantes tradicionales siguen abiertos, y hasta conseguir mesa en alguna de las parrillas famosas de la calle Alem resulta posible sin reservar con dos semanas de anticipación.
Las playas del centro adquieren ese aire melancólico tan característico, con algunas sombrillas desperdigadas y algún que otro valiente metiéndose al agua cuando el sol aprieta lo suficiente. La Perla, Varese o Playa Grande parecen expandirse cuando la gente escasea, y uno hasta puede elegir dónde sentarse sin tener que acomodarse entre toallas ajenas.
Pinamar y ese bosque que parece más vivo cuando empieza el frío
Un poco más al sur, Pinamar despliega su magia entre pinares que durante el otoño adquieren tonalidades cobrizas. Sus calles, trazadas respetando los médanos originales, invitan a perderse sin rumbo fijo.
Mientras el verano va quedando atrás, ese aire de exclusividad que a veces aleja se transforma en algo más accesible y cercano. Los hoteles boutique ofrecen tarifas especiales, y hasta esos restaurantes que en enero parecen inalcanzables sorprenden con propuestas más amigables con el bolsillo.
El silencio que envuelve sus bosques durante esta época del año tiene algo hipnótico. A veces, caminando entre pinos, uno hasta olvida que el mar está ahí nomás, a pocos metros, esperando con su sonido eterno.
Una manera distinta de conectar con el mar
Para quienes viven en el Chaco, donde el agua tiene otra presencia muy distinta, llegarse hasta la costa en otoño puede ser una revelación. El océano, ese gigante inquieto que nunca descansa, muestra otra cara cuando los balnearios vacían sus reposeras y los guardavidas recogen sus banderas.
Santa Teresita, con ese aire de pueblo costero que todavía conserva en sus rincones menos transitados, espera con los brazos abiertos. Sus calles arboladas, su muelle histórico y esa costanera que parece no terminar nunca prometen una experiencia distinta, más íntima y personal.
Mientras el sol de marzo, abril o mayo calienta sin quemar, y el viento marino trae ese aroma salado inconfundible, el tiempo parece detenerse. Quizás sea ese el verdadero lujo: redescubrir la playa cuando nadie más lo está haciendo.