Delegación fatal

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La única vez que conversé con Javier Milei, un año antes de las elecciones que lo llevarían a la presidencia, comprobé, sin dudas, lo que se decía de él: profesa un completo desprecio por la política, debido a un mix de desinterés profesional y odio a esa profesión. En la charla se mencionó que entre las mujeres su imagen era menos favorable que entre los varones, probablemente por su estilo agresivo, con un tinte machista evidente. Si lo atenuaras, sostuve, podrías lograr una distribución más homogénea de apoyos, no solo en materia de género sino también de edad y nivel educativo. Le dije que esa era la fórmula que había llevado al éxito a muchos líderes: ser un candidato catch all, llegar a todos. Para mi sorpresa, Milei me preguntó qué significaba esa expresión. Ahí me di cuenta de que el desinterés por la política era tal que desconocía el ABC de una estrategia de campaña. Luego se despidió y se puso a hablar con un colega, empleando una jerga impenetrable que aludía a curvas y ecuaciones estadísticas.

Una vez instalado Milei en la presidencia se observó que el desprecio doctrinario y el desinterés práctico por la política y el Estado tendrían un impacto operativo y funcional muy inconveniente. El desapego del día a día sería el modo presidencial de eludir aquello que detestaba. La crónica de sucesos de su gobierno lo muestra: se ubica distante, tanto de la gestión política como de la administrativa, es decir, de los procedimientos técnicos que mueven los engranajes del Estado. Ideológicamente, sostiene que este es una asociación ilícita conformada por delincuentes, que destruirá desde adentro, como un topo. Una paradoja inédita: un jefe de Estado que aborrece e injuria el objeto de su rol y, por lo tanto, lo desatiende y lo delega. Se trata de un combo contraindicado para gobernar: desprecio ideológico, soberbia, desentendimiento burocrático, junto a un profundo desconocimiento acerca de cómo funcionan las cosas.

Los mecanismos que el Presidente desconoce no incumben solo a la administración burocrática del Estado, lo que podría considerarse su cara A. También existe la cara B, un mundo siniestro que vive en las catacumbas de la democracia, fuera del control de los poderes formales. En Argentina, los periodistas Carlos Pagni y Hugo Alconada Mon, entre otros, son los tenaces cronistas e investigadores de este submundo, al que el politólogo italiano Norberto Bobbio denominó “sottogoverno”. El descontrol de los servicios de información y espionaje es el origen del problema, agravado por las más diversas transacciones entre esferas del poder. Años atrás nos referimos, para describir este fenómeno, a un país que se desdobla entre una esfera oficial, una esfera ilegal y una esfera mafiosa. Esta secuencia la protagonizan funcionarios públicos, políticos, espías, empresarios, dirigentes deportivos, sindicalistas, jueces y policías corrompidos, cuyas acciones responden a intereses particulares. El mapa de este submundo está disponible en las investigaciones periodísticas, con precisiones que ayudan a la indagación judicial cuando existe voluntad política.

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El sottogoverno se vale de herramientas poderosas, como la extorsión y el soborno. Pero en algunos casos, y esta es nuestra hipótesis, avanza con más rapidez y soltura ante funcionarios públicos inexpertos e indolentes. Los hermanos Milei son particularmente vulnerables: al momento de hacerse cargo del gobierno, ninguno de ellos tenía la más mínima experiencia en la administración pública o privada. Karina, que reúne hoy un poder formidable que le confió su hermano, posee apenas un título de Licenciada en Relaciones Públicas otorgado por una universidad privada; integró sociedades en empresas sin relevancia en campos diversos de actividad, y registra algún antecedente en repostería; además, se le atribuye, con insidia, ser tarotista. Este perfil debe completarse con rasgos de la personalidad y antecedentes familiares de los hermanos, del que han dado cuenta, en investigaciones rigurosas, los periodistas Juan Luis González y Victoria de Masi. Las evidencias muestran un padre severo y despreciador, una presunta dependencia emocional de Javier Milei por su hermana, expresada de modo místico, como cuando confesó, emocionado, que ella es Moisés y él apenas un divulgador.

Ellos, fundadores meritorios de un partido que, sin experiencia, legisladores ni territorio, llegó al gobierno en muy poco tiempo, toparon con muchos funcionarios de línea con amplios currículos, a los que desplazaron y desmerecieron, reemplazándolos por advenedizos. Los consideraron la casta técnica. Por otra parte, su fuerza política, para constituirse, recurrió a dirigentes de dudosa moralidad y capacidad. Con la excepción del área económica y algunas pocas más, operadores de todo tipo y nivel ascendieron a cargos públicos o se movieron sin control en el inframundo. Ambiciosos, desordenados, marginales, y, en el caso de los audios, trágicamente bocones. A eso debe sumarse el consultor estrella, que, sin contar tampoco con antecedentes de gobierno, avanzó, con anuencia de los hermanos, agenciándose de importantes reparticiones oficiales, entre ellas la SIDE. Los Milei necesitan imperiosamente esta red de delegados, Javier para poder desentenderse, Karina para poder gobernar. Los mercaderes del sottogoverno y de las cripto marginales, que cautivan al Presidente, lo vieron y avanzaron sobre ellos. Nuestra conjetura es que los están viviendo, o comiéndoselos crudos, para usar una expresión más gráfica.

Aquí se aprecia el rasgo común de los casos $Libra y los audios: una red de confianza que se quebró, invitados a la escena íntima que traicionaron, espejitos de colores que se vendieron, negocios en zonas liberadas, dinero que fluyó dentro de dispositivos de corrupción convencionales. Había que armar un partido, organizar un gobierno, recaudar, ganar elecciones. Tal vez demasiado para dos aficionados al poder que, deslumbrados por los aplausos, las adulaciones y el éxito electoral, perdieron de vista sus severas limitaciones y para subsanarlas tercerizaron la administración en personajes flojos de papeles o pericia. Delegar funciones es una estrategia saludable en las organizaciones, siempre que se haga de manera profesional, en el marco de una división del trabajo planificada. En cambio, la delegación por ineptitud es una fatalidad, donde los jefes se exponen a ser estafados por subordinados que les tomaron el punto.

Para nuestro argumento no es relevante si Javier Milei es o no corrupto. Si lo fuera, más temprano que tarde la desilusión será irremediable porque se presentó ante la sociedad como un redentor moral. Pero si no lo fuera y siguiera al frente con semejantes déficit, tal vez no podría alcanzarle con estabilizar la economía y ganar elecciones. Argentina sigue bajo la incertidumbre: el Gobierno es inorgánico, la oposición débil y la economía está regresando a las pesadillas de siempre.

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