«Estamos en alerta roja». Con esas palabras, Américo Barúa, presidente de la Cooperativa Frutihortícola de Resistencia, describió la grave situación que atraviesa el sector ante la fuerte caída en las ventas, el aumento de los costos operativos y la creciente dependencia del abastecimiento externo.
«La economía está planchada y nuestro sector está vendiendo apenas entre el 60% y el 65% de lo que vendía. Imaginate lo que eso significa para cualquier comerciante», expresó en una entrevista con Radio Natagalá.
Barúa explicó que el mercado frutihortícola abastece a buena parte del consumo interno, pero está atravesado por múltiples factores que lo ponen en riesgo.
«Somos los generadores de alimentos que abastecen un 80% del mercado interno, y sin embargo, no se visibiliza la importancia de esta actividad. El impacto de la recesión es fuerte y generalizado», subrayó.
bajo presión
El dirigente cooperativo detalló que en la cooperativa trabajan 180 socios y unas 500 familias están involucradas de manera directa o indirecta. «Tenemos desde productores, trabajadores en carga y descarga, choferes, empleados en los puestos, todos dependen del movimiento del mercado», enumeró.
Sin embargo, ese movimiento se vio fuertemente reducido en lo que va del año. «Estamos subsistiendo como podemos. Todavía no despedimos gente, pero hay trabajadores que cobran por carga y descarga, y si no hay movimiento, no cobran. Eso genera un riesgo de desempleo muy grande», alertó.
Costos en alza y caída del consumo
Entre los principales problemas que enfrenta el sector, Barúa señaló el incremento de los costos, especialmente en energía y transporte. «Pagábamos $14 millones de luz por mes, hoy estamos por arriba de los $20 millones. Y a eso hay que sumarle el combustible para recorrer un promedio de mil kilómetros y abastecer el mercado con papas, cebollas, frutas y verduras que vienen de otras provincias», detalló.
El dirigente enfatizó que no se trata solo de la suba de precios. «El consumidor está deprimido, no hay poder adquisitivo y eso genera una cadena de consecuencias. Si no se revierte esta situación, lo que viene puede ser impredecible», advirtió.
producir menos de lo que se consume
Un dato preocupante que aportó Barúa tiene que ver con la producción local. «No llegamos al 15% de abastecimiento interno. Somos una provincia casi totalmente importadora de productos frutihortícolas», afirmó.
Según detalló, las pocas producciones locales se concentran en zonas específicas: «En el norte, la zona de Castelli y Tres Isletas produce zapallo y otras cucurbitáceas durante unos 45 o 50 días al año. En verduras de hoja queda muy poco en Margarita Belén, La Escondida, Makallé. Es muy poco».
Además, señaló que muchos productos provienen incluso del exterior. «Tenemos banana paraguaya y brasilera, y fruta que llega de Chile y Europa. Hasta sandía brasileña está entrando, y eso nos parece una locura si pensamos que viene desde más de 2 mil kilómetros», lamentó.
El impacto
de las heladas
Otro factor que agravó la situación en los últimos meses fue el impacto de las heladas sobre las zonas productivas del país. «Tuvimos casi 20 días de heladas que hicieron estragos en los cultivos. Eso afectó la oferta y también encareció muchos productos», explicó.
Uno de los ejemplos es el precio de la papa. «La bolsa estuvo muy barata durante meses, pero con la helada pegó una suba y después volvió a caer. Hoy está regalada. Así que si quieren hacer ensalada o papas fritas, es un buen momento», bromeó con ironía.
Un conflicto
por el predio
A los problemas económicos se le suma un conflicto legal que genera incertidumbre. Según explicó Barúa, la cooperativa ocupa el predio del mercado desde hace 45 años, con un comodato firmado con el gobierno provincial.
Sin embargo, recientemente la Cámara de Diputados del Chaco aprobó una ley que transfiere ese terreno a la Municipalidad de Resistencia.
«El problema no es solo la tierra, sino que también le dieron al municipio la potestad de gerenciar el mercado, cuando históricamente lo manejó la cooperativa. No entendemos cómo se aprobó eso sin consultar. Los diputados dicen que no estaban bien informados», relató.
Frente a esta situación, presentaron un recurso de amparo y una medida cautelar para frenar la aplicación de la norma, y trabajan con legisladores en un proyecto de modificación. «Necesitamos recuperar la tranquilidad. Acá hay tres generaciones que invirtieron todo en este predio. Nunca fuimos intrusos», sostuvo.
Una historia de 45 años sin títulos
Barúa explicó que la cooperativa fue autorizada por decreto hace más de cuatro décadas a ocupar el predio donde actualmente funciona el mercado, con un comodato por tiempo indefinido otorgado por el gobierno provincial. «Acá pusimos desde el primer ladrillo. El 99% de la inversión fue hecha por la cooperativa. Nunca fuimos intrusos», aseguró.
Pese a múltiples gestiones, en 45 años no lograron escriturar el terreno. «Siempre intentamos, pero nunca nos quisieron transferir definitivamente las tierras», recordó.
Lo más preocupante, según detalló, es que la ley aprobada recientemente no derogó el comodato vigente, generando un conflicto legal. «Hay una contradicción jurídica tremenda», sostuvo.
el regreso
del hambre
La preocupación de Barúa no se limita al funcionamiento del mercado. En un tramo final de la entrevista, recordó con tristeza cómo volvió a crecer el número de personas que se acercan al mercado a pedir alimentos.
El dirigente advirtió sobre el deterioro del tejido social, con imágenes que remiten a los peores momentos de crisis en la Argentina. «Hoy ya tenemos nuevamente un avance muy fuerte de chicos y mujeres que vienen a pedir, que revisan los carros buscando alimentos», alertó.
A través de un convenio con una fundación de Tirol, la cooperativa destina entre 3 mil y 4 mil kilos diarios de frutas y verduras en condiciones no óptimas para la venta pero aún comestibles. «No le decimos basura, porque son productos que ya están maduros, pasados, pero pueden alimentar a una familia», explicó.
Además, Barúa recordó que en tiempos de crisis anteriores habían impulsado la creación de una fábrica de sopa con el objetivo de transformar esos productos en alimentos preparados para distribuir en comedores o entre familias necesitadas. «Era una idea con un contenido social muy fuerte, pero no prosperó», lamentó.
Con el recrudecimiento de la situación social y el aumento de personas que piden alimentos, consideró que «tal vez sea el momento de resucitar esa fórmula y darle forma para acompañar a la gente».