El helicóptero como fantasía recurrente y el dilema del peronismo

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En la política argentina hay símbolos que se transforman en fantasmas. Uno de ellos es el “helicóptero”, la imagen de la salida anticipada de Fernando de la Rúa en diciembre de 2001, convertido en mito de la “resistencia peronista” cuando el que gobierna es otro.

Ese fantasma volvió a convertirse en bandera del kirchnerismo en la última semana, tras la derrota de Javier Milei en la provincia de Buenos Aires y el agravamiento de la crisis política y económica.

El discurso emergió de voces marginales dentro del espacio, cierto. Los «tirabombas» del kirchnerismo que sirven para embarrar, manchar incluso, la victoria de Axel Kicillof en la interna con Cristina Kirchner, y recortar la proyección presidenciable del gobernador que ahora busca mostrarse centrista haciendo foco en la gestión.

Sergio Berni, senador bonaerense y exministro de Seguridad, fue el primero en sugerir que si Milei “no cambia, la sociedad lo va a echar”. En su análisis, el gobierno libertario está agotado, perdió la confianza social y difícilmente pueda sostenerse hasta 2027.

La senadora tucumana Sandra Mendoza fue aún más tajante: “Yo no creo que este Gobierno llegue al 26 de octubre. Ya le han soltado la mano todos”. A la lista se sumó Amado Boudou en El Destape, quien arriesgó un pronóstico todavía más acotado: “Esto más temprano que tarde termina mal, marzo como máximo”. Y, como contracara, apareció el abogado Carlos Maslatón en sintonía con Mendoza, para replicar con ironía: “La cosa es antes del 26 de octubre, no después”.

El “helicóptero” vuelve a convertirse en deseo explícito para un sector del kirchnerismo, que apuesta a un derrumbe antes de tiempo como atajo político. Pero esta prédica revela tensiones internas: mientras algunos agitan el colapso, otros intentan construir un proyecto de poder alternativo de cara a 2027 que pueda sortear a la banda golpista que agita el recambio cuando no domina.

El contraste con Axel Kicillof

En este punto surge Axel Kicillof. El gobernador bonaerense fue el gran ganador de las legislativas locales y fortaleció su aspiración presidencial. Ahora busca mostrarse como un dirigente moderado, capaz de ampliar hacia el centro y de dialogar con sectores económicos y políticos que hasta hace poco desconfiaban de él. De hecho, ha llegado a reconocer que no tiene planes de romper con el Fondo Monetario Internacional, un gesto de pragmatismo que no se ve en el kirchnerismo duro.

Sin embargo, desde su entorno se lamentan que voces de su propio espacio agiten el fantasma del helicóptero. La razón es simple: mientras Kicillof intenta mostrarse presidenciable, con foco en la gestión y la gobernabilidad, el ala dura del kirchnerismo lo empuja hacia una estrategia destituyente que refuerza la polarización y alimenta la narrativa libertaria del “golpe blando”. El dilema es claro: ¿apuesta el peronismo a consolidar un liderazgo hacia 2027 o se refugia en la fantasía de un final anticipado donde pueda ganar el ala “jacobina” de Juan Grabois con el apoyo de CFK?

El oficialismo: autocrítica y límites

Del otro lado, el gobierno libertario admite el impacto del revés electoral. El ministro del Interior, Guillermo Francos, reconoció en diálogo con Clarín que la derrota en Buenos Aires fue “un golpazo” y que se suma a otros traspiés legislativos. En su autocrítica, señaló la falta de cuadros técnicos y políticos adecuados para sostener la gestión: “Nos pasó que no teníamos ni los cuadros técnicos ni los políticos adecuados para sostener al Gobierno”.

Francos también admitió que la decisión de no sumar al PRO al gabinete fue un error. “No hemos sido capaces de aunar voluntades políticas”, señaló, dejando abierta la puerta a una ampliación de la base de gobierno. En la práctica, eso significa reconocer que el experimento libertario carece de la estructura necesaria para gobernar solo y que el apoyo del macrismo es vital si Milei quiere evitar un naufragio.

El oficialismo, además, intenta mostrar unidad y resistencia. Tras el golpe, Milei impulsó la creación de mesas políticas y federales para articular con gobernadores, aunque la desconfianza y las tensiones internas persisten. La estrategia es clara: transmitir que el Presidente sigue al mando en medio de la crisis, mientras busca “surfear” la presión pública sin desarmar su línea económica de ajuste.

¿Golpe blando o estrategia de desgaste?

El planteo de un final anticipado se inserta en un escenario de fragilidad institucional. Desde el oficialismo ya se habla de un “golpe suave”, una estrategia que combina movilización social, operaciones mediáticas (incluyen allí los audios de Spagnoulo y algunas métricas económicas tuneadas) y presiones políticas para debilitar al gobierno sin necesidad de un quiebre formal.

Lo cierto es que, en paralelo, el peronismo navega su propio dilema: si apuesta a consolidar liderazgos como el de Kicillof, con vocación de gobernabilidad, o si se refugia en la épica de la resistencia y la espera del helicóptero. En el fondo, la discusión revela una disputa por el alma del espacio: entre quienes imaginan la salida de Milei como preludio de un retorno rápido y quienes entienden que solo con gestión y moderación pueden ofrecer una alternativa real en 2027.

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