La era de las enfermedades comprables, hiperdiagnosis y el peligro de tapar problemas reales con un recetario de IA

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“La hiperdiagnosis de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad) es funcional al capitalismo”, se anima fulminante Claire Bishop en su libro Atención trastornada, formas de ver arte y performance hoy, publicado recientemente por Caja Negra. Es una de las hipótesis que maneja la historiadora y crítica de arte al señalar que el consumo de arte -como cualquier otro- generalmente está mediado por un dispositivo personal y que ese tipo de atención que tiene la sociedad hoy no es trastornada, es la forma atención posible en el presente.

En el libro también señala que es una era récord de diagnóstico mundial de diferentes tipos de autismos y TDAHs y que con eso se corre la mirada a lo individual y propone una respuesta farmacológica y de conmiseración por enfermedad a un síntoma que es social. “La medicación para el TDAH se convirtió en una neurotecnología que permite al individuo autorregular su propio capital biológico para seguir el ritmo exigente del liberalismo político y económico”, detalla y destaca un dato cínico: “En plataformas como TikTok el algoritmo cierra el círculo sugiriendo autodiagnósticos y medicaciones para el TDAH a usuarios que exhiben ciertos intereses y preferencias”.

Influencers que promocionan que su público tenga una enfermedad a su medida

Paralelamente, The Guardian reparó en un estudio donde apuntan a influencers de redes sociales que infunden miedo para promocionar pruebas de salud con evidencia limitada. Lo que se promueve son análisis que podrían señalar cierta propensión a diferentes enfermedades, lecturas genéticas, que parecen tranquilizadoras, pero que también pueden desencadenar ansiedad y paranoias por los posibles desenlaces anticipados.

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La investigación, dirigida por la Universidad de Sídney y publicada en JAMA Network Open, revista de acceso abierto de la Asociación Médica Estadounidense, evaluó cinco tests que se promueven en redes que cuentan con limitada evidencia de sus beneficios.

Entre los análisis que se difunden entran resonancias magnéticas (RM) de cuerpo completo; pruebas genéticas que supuestamente identifican los primeros signos de 50 tipos de cáncer; análisis de sangre para medir los niveles de testosterona; la prueba de la hormona antimülleriana (AMH) o «prueba del temporizador», que mide el recuento de óvulos de una mujer; y la prueba del microbioma intestinal.

La autora principal del estudio, la Dra. Brooke Nickel, advirtió que la realización de estos estudios se promocionaba como alternativa de empoderamiento, es decir, tomar el control de su propia salud, pero «estas pruebas conllevan el potencial de que personas sanas reciban diagnósticos incorrectos, lo que podría llevar a tratamientos médicos innecesarios o afectar la salud mental».

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La investigación llegó a la conclusión de que la gran mayoría de las publicaciones (87,1%) hablaba de los beneficios de las pruebas, mientras que los perjuicios se mencionaban en menos del 15% de las publicaciones, y solo el 6% mencionaba el sobrediagnóstico o el uso excesivo.

Lo más alarmante es que entre los que divulgan estos diagnósticos también se encuentran médicos que prometen detectar el cáncer antes de que se manifieste.

Un juego perverso con la “masculinidad” y la maternidad

Las aristas sensibles que encuentran estos vendedores de diagnósticos son a veces el temor de algunas personas de no poder ser madres, entonces les promueven estudios que les podrían “predecir” su futuro. También juegan con la psiquis masculina, como es el caso de una cuenta de TikTok con cerca de cien mil seguidores que promocionó la prueba de testosterona diciendo a sus seguidores: «Presten atención a esta alarmante señal de niveles bajos de testosterona… Deberían despertarse por la mañana con una erección. Si no la tienen, es muy probable que tengan niveles bajos de testosterona. ¡Háganse una revisión!».

Un dato no menor es que estas pruebas se venden directamente a consumidores y eliminan al intermediario, el médico o profesional, de la ecuación.

Más enfermedad o menos recursos y más exigencias

La enfermedad no es productiva. Nadie quiere enfermarse, pero el cuerpo y la mente son organismos que reaccionan frente a diferentes problemáticas externas o internas. En esta era la humanidad se siente empujada a responder de múltiples formas frente a un estímulo: vivirlo, sacar una conclusión rápida, resolver, compartir con colegas, con afectos, estar, pertenecer a un compartimento diseñado por algoritmos. Ser el mejor en lo propio porque otros y otras se están preparando para reemplazarte. No es insólito que nadie pueda dar lugar a enfermarse, a bajar la presencia, a dejar de producir.

Bishop analiza que el propio sistema que separa y trata de reparar las atenciones trastornadas, aspira a la “atención normativa”, funcional, redituable.

Así se dispara todo ese espectro de problemas de salud mental, de ansiedad por tener un organismo impoluto, crece la demanda de exámenes que predicen el futuro sanitario de cada persona, del recetario de fármacos para no sufrir, de la atención médica por Inteligencia Artificial.

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La historiadora señala que una salida fácil es culpar a las redes sociales, sin embargo, habría que hacer foco en la pauperización del sistema educativo, el sistema sanitario y la dificultad de acceso a ambas.

La tecnología como prótesis

Sin tener una mirada apocalíptica sobre el avance tecnológico, Bishop aclara que la distracción no es lo contrario de atención. Se trata de un tipo de atención que no es individual, que es social, relacional y que, como la tecnología no se irá a ningún lado, es necesario involucrarse con sus usos y ocuparse de ellas.

“Existimos con nuestros objetos tecnológicos a modo de prótesis”, dice. Y frente a esto es necesario adaptar el mundo de respuestas y reacciones esperables.

RB CP

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